Que es por la crisis, nos dicen: que si vivíamos por encima de nuestras posibilidades, las que nos fueron impuestas; que si ahora hay que apechugar con la deuda nacional, la que ellos contrajeron; que si hay que ajustar el déficit presupuestario, con el recorte de nuestros derechos; que si en la bolsa suben o se desploman los valores, los de su cartera; que si se altera el riesgo de la prima, esa que chulean los mercados; que si el fantasma de una nueva recesión, y vuelta a agitar la sábana del coco de la crisis. En definitiva, que no queda más solución que apretarse el cinturón, nos dicen y repiten, y ahora pretenden que nos lo apretemos a la garganta…
¿Pero todo esto por qué? Pues porque antes de que desencadenasen el perro de la crisis nos dijeron que éramos ricos, y nos lo creímos; nos dijeron que nos endeudáramos para tener muchas cosas en propiedad, y nos lo creímos; nos dijeron que éramos clase media, y nos lo creímos; que todos remábamos en la misma dirección, y nos lo creímos; que ya no existían clases sociales y que el capitalismo era infinitamente bueno, y tragamos hasta el fondo. Para eso sirvió el periodo de vacas gordas que se inauguró con la vía libre al pelotazo: para convertirnos en fieles creyentes de la fe capitalista en el sacrosanto dogma del beneficio privado y la tasa ganancial; en creídos nuevos ricos con crédito fácil; en crédulos incautos de la inversión en ladrillo hipotecado y, a la postre, en simples cretinos encadenados a las horas-extras y a los destajos.
Lo creímos como ingenuos, y mientras los creíamos, ellos, los patronos y los banqueros junto con sus esbirros, los políticos, se preparaban para mandarnos a trabajar a Laponia, o como chinos, o ambas cosas a la vez. Y, mientras, los trabajadores no hicimos nada porque teníamos piso, coche y televisión en propiedad. Nos pensábamos ricos, y queríamos más. Y hasta los más desfavorecidos, a la par de los más concienciados, empezaron a reclamar un reparto más justo de la riqueza.
Pero todo tiene un límite ¡hasta ahí podíamos llegar! Y se acabó la fiesta: se puso fin a la abundancia, se impuso la escasez y se decretó la austeridad. Comenzó a exacerbarse el fantasma de la crisis, estallaron las burbujas, nos pincharon el globo y tuvimos que poner pie en tierra. Y entonces descubrimos que lo que hacíamos nuestro era en realidad del banco, que el consumo a crédito en vez de en ricos nos había convertido en pobres morosos y, peor aún, descubrimos que mientras nosotros nos comportábamos como si ya no existiesen las clases, nuestros amos la patronal y la banca, sabedores y conscientes de lo contrario, actuaban en consecuencia.
Sabedores de que -a pesar de sus desapiadas disputas cual tiburones por hacerse con la mayor parte del botín- conforman contra los desposeídos la clase de los propietarios, y conscientes de la fuerza que les proporciona ser la clase detentadora del Poder por su posesión de la riqueza, aplican aquella para aumentar ésta a nuestra costa: ¡Fuera sueldos fijos e indemnizaciones! ¡Fuera pagas y vacaciones! ¡Fuera pensiones! ¡Fuera condiciones dignas de trabajo! ¡Fuera contratos regulados! ¡Fuera seguridad! ¡Fuera derechos! Y ¡venga despido libre y gratuito! ¡Venga subvención a la contratación precaria! ¡Venga mini-contratos y mini-sueldos! ¡Venga exención y amnistía fiscal! ¡Venga beneficio y acumulación sin tasa! Y así, venga que te vengarás, vengar todas y cada una de las derrotas que sus antepasados recientes habían sufrido a manos de los nuestros: jornada laboral de 8h, semana laboral de 40h, derecho a baja, vacaciones pagadas, jubilación, etc. Todos aquellos derechos conseguidos por nuestros abuelos y bisabuelos en su lucha por derribar el capitalismo y construir una sociedad mejor, horizontal y sin explotados.
Porque ésta es la cuestión: la clase que cada quien tiene por nacimiento y pertenencia, proletarios o burgueses, desposeídos sin otro medio que su capacidad para trabajar o propietarios de los medios de producción, explotados o explotadores. Nuestros mayores eran conscientes de estar explotados. Se sabían con la clase que otorga el ser creadores de toda cuanta riqueza social se genera en este mundo; con la clase que se obtiene del esfuerzo colectivo y común para ganarse la supervivencia, ya que la vida se nos arrebata con el robo de ese esfuerzo; con la clase que genera la conciencia de saberse iguales como explotados y la lucha solidaria contra las injusticias Se sabían pues, explotados, trabajadores, obreros, proletarios, y no renegaban de ello, lo llevaban con clase. Y como clase se organizaron, creando sociedades mutuas y de resistencia y luego sindicatos para defenderse primero y para atacar después las bases de la explotación y afrontar la lucha por la emancipación de la tiranía del régimen del salariado y de la tutela del estado
Hoy como ayer la cuestión sigue siendo de clase. De lucha de clases. De correlación de fuerzas para contener el avasallador ataque de un capitalismo salvaje dispuesto a la barbarie y la extinción con tal de continuar con la acumulación feroz. De rearmarse de conciencia y arrestos para enfrentar, por la superación de la sociedad de clases, la conquista de una vida digna de tal nombre más allá de la mera sobrevivencia. Anarquía o barbarie. Cuestión de clase.
Porque todos los días son 1º de Mayo
Demuestra tu clase ¡organízate y lucha!
Confederación Regional Asturias y León
Sacado de: http://gijon.cnt.es/blog/2012/04/20/1%C2%BA-de-mayo-cuestion-de-clase/
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